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Lo rural en la agenda nacional
Lo rural en la agenda nacional

 

*Julio Roberto Bermúdez, periodista

Desde el gobierno de Carlos Lleras Restrepo hasta hoy, los temas rurales no habían tenido mayor significación. Pasaron tan inadvertidos para la opinión pública como la gestación y el consiguiente crecimiento de la subversión. El país urbano tomó la vía fácil de ignorar la suerte de esos dos fenómenos, tan íntimamente ligados.

La economía rural legal se fue marchitando frente a la mayor dinámica de la industria, el comercio y los servicios. Los voceros políticos del latifundio, de los terratenientes ausentistas, perdieron espacio en la política nacional; los votos y la financiación de las campañas de los partidos tradicionales vino de otras fuentes.

Simultáneamente a la vida rural, --desatendida por el Estado, y por tanto cada vez más lejana, pobre y escasamente instruida--, aparte de la guerrilla, aprovechando ese vacío de poder, llegaron fuerzas criminales y cultivos ilícitos que desplazaron actividades tradicionales y ocuparon territorios estratégicos.

Las ciudades progresaron con las crecientes poblaciones de desplazados que se establecieron en la periferia urbana, en condiciones precarias pero soportables a cambio de la seguridad para sus vidas y las escasas pero ciertas opciones de un futuro más promisorio.

El paso del tiempo validó esa esperanza. Cuando los desplazados volvieron de visita donde sus parientes y paisanos, los que se quedaron a vivir la vida de sus ancestros, encontraron que aunque contra su voluntad, el cambio al que se vieron forzados los había puesto en otra realidad, en términos generales estaban mejor. La vida rural parecía haberse congelado en el tiempo.

De lo rural se interesan unos pocos. Algunas instituciones mantienen grupos de estudio que siguen considerando que lo rural es clave, no solo para el bienestar de sus habitantes, sino para el futuro de la humanidad, porque en ese ámbito se producen los alimentos y están los más apreciados recursos naturales.

Por ahí, por esos campos, hay que pasar para ir a selvas y bosques a buscar las medicinas, a encontrar los hidrocarburos, los minerales tradicionales y los nuevos; en sus tierras hay espacio para siembras que ayuden a descontaminar el planeta, a hacer reservas para parques y para conservar modos tradicionales de vida de los nativos. Pero sobre todo, solo en sus campos es viable resolver la seguridad alimentaria de una población creciente.

Aunque parezca paradójico, la reaparición de lo rural en la agenda de la política nacional se origina en el desbordamiento de los fenómenos que la ausencia del Estado coadyuvó a crear, a la demanda internacional de alimentos y a la mayor conciencia mundial sobre los recursos naturales. Todo esto junto desbordó nuestras fronteras, de ahí el interés de la comunidad mundial en su solución.

Si a esto le agregamos la voz y las propuestas que han expresado personalidades como el reconocido ex ministro de agricultura y hacienda, José Antonio Ocampo, creador de las reservas campesinas, podemos ser optimistas sobre el futuro rural colombiano. Tenemos la oportunidad, única y feliz, de construir una política rural de Estado, incluyente, de largo aliento. Desde La Habana se construye esa opción.

 


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